El amor y el apoyo a los hijos, ¿debe ser incondicional?
Nunca hay recetas, porque cada familia es diferente, pero sí hay principios. Aquí dos principios que te darán muchas respuestas en cuanto a cómo amar a tus hijos.
Oscar Pech
Alguna vez mis amigos y yo, siendo niños de unos diez años de edad, nos pusimos a “evaluar” (en realidad nos los estábamos comiendo vivos) a nuestros papás. Todos coincidimos en que la mamá de Fernando podía tener como apodo “La tabla del uno”. “¿Por qué?” Preguntó Fernando, asombrado. Kikis, Güero, Sandoval y yo, intercambiamos miradas de inteligencia: “Porque con tu mamá es bien facilito hacer lo que quieras”. Y sí: los papás de Fernando fueron la primera pareja de mexicanos que yo conocí que en su permisividad le daban a sus hijos lo que éstos querían. Fueron los primeros que vi echar a perder a todos sus hijos. “¿Y mi mamá?”, me atreví a preguntar yo. Todos se rieron a coro: “No, hombre”, dijo Sandoval, “Tu mamá es como la tabla del 13”. Y sí, gracias a que tuve “la mamá más mala del mundo“, llegué a ser lo que soy.
Yo me imagino que todos los que somos papás alguna vez nos hemos preguntado si estamos haciendo las cosas bien. Si les estamos dando mucho, o muy poco a nuestros hijos. Si estamos siendo muy duros, o muy blanditos. Y la respuesta está en esa historia de arriba: no hay recetas. Cada pareja de padres es diferente, pero una cosa es cierta: hay dos extremos, y éstos siempre son lo peor. Mientras más estés en el centro, y mientras más te alejes de modas y de conductas que nos dictan los medios, es mucho mejor. Te comento los dos extremos:
1. Padres dominados por la ley
Padres que dicen a sus hijos, “Si [y aquí pones el concepto que quieras: si no estudias, si consumes drogas, si no aportas dinero, si no haces absolutamente nuestra voluntad, si sales embarazada, o si no te casas con el tipo de persona que nosotros te indiquemos, etc.], entonces te vas de esta casa y nunca más vuelves a saber de nosotros”. Y bueno, yo no diría que son padres malos (malos de maldad): es simplemente que tienen un sentido del deber tan desarrollado, o que ven a sus hijos tan como una posesión de ellos, que no pueden concebir que los hijos se aparten de esa palabra tan pesada: “Tradición”. Es triste, pero estos padres hacen más daño del que ellos mismos pueden sanar, y mutilan a sus hijos.
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2. Padres donde la permisividad corrompe al amor
El otro extremo es donde el “amor” es tal, que ciega a los padres, y les dan a sus hijos todo lo que quieren, en la cantidad que quieren, sin poner nunca un límite bien definido. Ellos no solo creen que el amor debe ser incondicional, sino que el apoyo que deben dar a sus hijos también debe serlo. El problema es que los hijos suelen ser mucho más inteligentes que nosotros, los padres. Entonces les toman la medida, saben que pueden hacer lo que quieran y abusan de ello. Todo inicia, creo, desde el momento en que tu hijo no ha cumplido el año, todavía no puede comer algunos alimentos pero, para que no llore, se los das. El ejemplo puede cambiar en muchos sentidos, pero el modelo o la lección que les damos es esa: “para que estés tranquilo, te doy…” y, de otra manera, ellos también hacen mucho más daño del que ellos mismos pueden sanar.
Trata de hallar tu justo medio
Yo creo que uno debe amar a sus hijos de manera incondicional. También creo que uno debe mostrar siempre el amor a sus hijos, en todo momento, aunque ese amor no siempre es permisividad. Muchas veces uno, porque ama a sus hijos, debe poner límites y hacer acciones dolorosas: disciplinar, llevarles al dentista, hacer que vayan a la tienda a regresar lo que tomaron sin pagar, etc. De la misma manera, por doloroso que sea para uno como padre, creo que no todos los padres, ni con todos los hijos, ni en todas las circunstancias, el apoyo de padres a hijos debe ser incondicional.
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La lectura de La milla verde, de Stephen King, es tan apasionante como dolorosa por muchas razones, principalmente porque hace que uno tome conciencia de que el amor filial es el sentimiento más puro y maravilloso que puede existir pero, como toda virtud, si uno lo tuerce un poquito nada más, se vuelve vicio. Es triste y terrible, pero el amor puede ser un arma muy poderosa. Y esto tanto de padres hacia hijos, como de hijos hacia padres. Como dice John Coffey en la novela: “Las mató con el amor que ellas se tenían. Y eso sucede cada día. Y sucede por todo el mundo”.
Todos los padres cometemos errores. Todos los padres (y los hijos) hemos sido injustos y hemos lastimado a nuestros hijos (y a nuestros padres). Es terrible: en realidad no hay recetas para ser un buen padre, pero una cosa sí es cierta: si tú buscas evitar esos extremos de que hablé arriba, es mucho más probable que tus hijos sean felices, como es más probable que tu amor de padre los cure, los proteja y los acompañe por toda su vida.