El asesino verdadero del matrimonio —y del que nadie habla
Por el bien de nuestra familia debemos ser conscientes de la existencia de las muchas amenazas que acechan de nuestra felicidad. Si supiéramos quién es ese asesino haríamos todo para evitarle. ¿Cierto?
Pilar Ochoa Mendez
En un vecindario corrió la noticia de que había un ladrón. Todos los padres reforzaron sus cerraduras, los vecinos se organizaron para cuidarse entre ellos, la policía endureció la vigilancia. La próxima vez que el ladrón quiso hacer de las suyas, la eficiente organización de esta comunidad permitió a la policía darle alcance, y todos pudieron regresar con alivio a la seguridad de sus hogares. Uno lee esta historia uno piensa en que ojalá que en nuestra vida pudiéramos hacer eso mismo: atrapar al ladrón y volver a una vida tranquila y confiada. Pero no es así.
Los ladrones amenazando nuestros matrimonios y familia
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En los últimos tres años, ha aumentado un 40% el índice de divorcios.
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La violencia de pareja, lejos de ser erradicada, está presente hasta en el 71% de las parejas.
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Los índices de adicciones continúan incrementándose. Está demostrado que la posibilidad de caer en estas es mucho mayor al existir disfunciones familiares.
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La práctica de la infidelidad no hace sino aumentar, donde un 15% de las mujeres y un 25% de los hombres han mantenido alguna vez relaciones con personas que no son su pareja. Si incluimos estadísticas de infidelidad emocional, los números prácticamente se duplican.
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Por el bien de nuestra familia debemos ser conscientes de la existencia no de uno, sino de muchos ladrones que están constantemente al acecho, como se lee en 1 de Pedro 5: 8. Ladrones que, si lo permitimos, pueden asesinar la empresa más valiosa que se nos ha encomendado: nuestro matrimonio, su felicidad y la de nuestras familias.
De nuevo: si supiéramos quién es ese asesino al acecho haríamos todo para evitarle. ¿Cierto? Es un asesino sutil, silencioso y certero. Comienza su trabajo en lo más profundo de la mente y corazón humano. Desde ahí va lastimando a las personas y minando las relaciones: este asesino es el desprecio. Pero, ¿cómo?, podríamos preguntarnos. ¡Si yo amo a mi cónyuge!
Estoy segura de que te interesará leer: 5 formas silenciosas en las que las mujeres matan lentamente a sus maridos.
El veneno principal de la familia
Nos amamos, así empezamos todos ¿no es así? Pero todos llevamos a cuestas un profundo egoísmo: nos cuesta vencer nuestra comodidad, nuestros sueños, para abrazar entonces la individualidad, las necesidades e incluso los defectos de aquél a quien queremos amar, porque hay que decirlo: el amor es siempre un camino, una lucha que no termina.
En la película El abogado del Diablo, ya por terminar, el actor que personifica al diablo suelta una frase durísima, tanto más simple y evidente: “Soberbia, sin duda mi pecado favorito”. La vanidad, el orgullo, la soberbia que, sin darnos cuenta, puede colarse en los resquicios de nuestro matrimonio. Estos puntos nos permitirán detectar en qué áreas podemos estar perdiendo la batalla con el egoísmo, permitiendo que el desprecio corrompa hasta el amor más hermoso.
Relee: 5 cosas que no debemos hacer a menos que deseemos terminar con nuestro matrimonio.
¡Aún estamos a tiempo de detener a ese peligroso asesino! Aquí te comparto los siguientes principios:
1. Sentirte superior
Algo hacemos mejor que él y, sin darnos cuenta, permitimos que vaya ganando terreno un sentimiento de autosuficiencia: ¿para qué le necesito, si soy mejor que mi pareja, o si yo resuelvo mejor tal problema?
2. No valorar las diferencias con tu cónyuge
Al conducir, al contar el mismo chiste, incluso al jugar con nuestros hijos, él y ella nos comportaremos de maneras distintas porque -por fortuna- cambiamos y somos distintos. Dejarnos ganar, permitir que estas diferencias nos irriten en vez de reconocerlas y valorar la riqueza que entrañan, hará toda la diferencia.
3. Ofenderte fácilmente
Un pequeño insulto, el que ocurre en el fondo del corazón. Nadie puede ver nuestra intimidad, pero cuando permitimos que el desprecio nazca en nuestros pensamientos, estos irán permeando nuestras actitudes, palabras y obras. El proceso puede ser lento pero es seguro.
4. Las pequeñas faltas de consideración
Sé que le gusta la pizza, pero yo quiero sushi. Sé que le gusta esta película, pero yo quiero aquella. Así como la repetición de actos buenos se transforma en virtud, la repetición de actos egoístas se puede transformar en un vicio.
5. Faltarle el respeto a tu pareja
Una broma -casi inocente- frente a nuestros padres o sus amigos, criticarlo o descalificarlo ante nuestros hijos, mina su autoridad, daña su imagen. Pero es en nosotros en quienes ocurre el cambio más grave: estamos perdiendo el respeto y, ¿cómo podremos seguir amando a quien no admiramos?
6. Despreciar sus necesidades
Por banales que nos puedan parecer. Todos necesitamos sentirnos atractivos y admirados. Tu pareja lo necesita. Tiene carencias, necesidades y ambiciones. ¿Le ayudas en su búsqueda por ser feliz?
Todos podemos caer en estas pequeñas tentaciones, podemos también reconocerlas y desandar el camino, dirigiéndonos de forma consiente a una actitud de amorosa comprensión y aceptación.
Si descubrimos, por el contrario, que es nuestro cónyuge quien parece mostrar actitudes de desprecio, es momento de hablarlo con amor y madurez. Recordemos que nadie puede hacernos sentir inferior sin nuestro consentimiento. No, no podremos controlar los pensamientos u obras de nuestro cónyuge, pero sí que podemos decidir cómo reaccionar ante estos. Es sorprendente cómo al dejar de intentar controlar a otros, retomamos el poder sobre nosotros mismos.
El desprecio puede manifestarse de las maneras más sutiles y el lenguaje no verbal nos permitirá reconocer algunas de ellas en el tono de voz, los suspiros de suficiencia o tal vez voltear los ojos. Observemos con atención nuestras actitudes, incluso ante nuestros hijos o compañeros de trabajo.
Ahora conoces a ese asesino silencioso y tenaz que, como el agua, se filtra a través de pequeñas grietas. Y como el conocimiento es poder, es momento de hacernos con las herramientas para desterrarle de nuestra vida, de nuestra relación. Pidamos a Dios nos dé un corazón puro, generoso, dispuesto a darse sin medida porque, como dijo San Agustín: “La medida del amor es amar sin medida”.