Latrofobia, una enfermedad que ataca a millones y los médicos solo la empeoran
El problema no es su bata, sino su capacidad para evidenciar la fragilidad de nuestra existencia.
Yordy Giraldo
Tres cosas no soporto: las personas falsas, levantarme temprano y a los médicos. Para mí, ir a un doctor es una decisión postergada hasta que casi hay que llevarme en camilla a la clínica. Son muchas las veces en que he sentido síntomas fuera de lo común y lloro, le pido a Dios que no sea nada malo, pero hasta allí llego.
La mayoría de las personas prefieren automedicarse o, como yo, no atenderse. No es que no nos importe nuestra salud, es que padecemos de fobia a los médicos. La latrofobia, que es como se le conoce, es un temor irracional a los médicos, no por lo que son, sino por lo que significan.
Es más, yo creo que lo correcto sería decir que no es miedo a los especialistas de la salud, sino miedo a los diagnósticos. Lo que realmente nos provoca palpitaciones, ansiedad, pánico, sudoración, sequedad bucal e imaginar los peores escenarios es la idea de que nos digan que tenemos algún mal incurable, y entonces todo acabe.
Por lo general, el miedo tiene su origen en alguna experiencia traumática. En mi caso, una niñez donde las hospitalizaciones eran recurrentes y los tratamientos largos y dolorosos. Aunque puede tener un origen claro, también se da sin sustento aparente. Sin embargo, el precio de no hacer nada al respecto desencadena el efecto que queremos evitar.
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Los peligros de la Latrofobia
A continuación te comparto algunos de los principales peligros que conlleva esta fobia:
1. Impide la prevención de las enfermedades
Precisamente por el temor a lo que los médicos puedan decir, la posibilidad de presentarse sin razón aparente a consulta es algo que una persona con latrofobia jamás se permitiría.
2. Provoca que enfermedades curables se vuelvan crónicas
Acaso unos pocos antibióticos era todo lo que se necesitaba, pero como no nos damos la oportunidad de ser diagnosticados y atendidos, el resultado es derivar en padecimientos graves de nula o difícil solución.
3. Bloquea una correcta comunicación médico-paciente
La idea de que si decimos todo lo que estamos sintiendo, empeorará el diagnóstico, evita que seamos honestos con los galenos, lo que lleva a evaluaciones erróneas que solo complican las cosas.
4. Dificulta la efectividad de los tratamientos
Por lo general, a quienes no gustamos de los médicos, tampoco nos agradan las medicinas; así que en cuanto se observa alguna mejoría, damos por terminada toda relación con fármacos, médicos y diagnósticos. Esto al final provoca resistencia a los medicamentos y, eventualmente, hace que sean inútiles para combatir algunas enfermedades.
Pese a todo esto, la enfermedad es también la medicina: la mejor manera de inocularnos contra esta fobia es con la exposición reiterada a lo que nos asusta. En otras palabras, la solución es -ni más ni menos- acudir al médico con regularidad, hacer chequeos preventivos de manera que sintamos que tenemos nuestra salud bajo control.
Lo más importante es tener un doctor de cabecera, que nos trate como personas, nos haga sentir que nosotros y nuestra salud es importante. Alguien que nos inspire confianza para que, en vez de verlo como la razón de nuestras pesadillas, sea el depositario de nuestra confianza.
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