Prohibido leer esto, a menos que estés teniendo un muy mal día
¿Te has sentido el peor padre, la peor madre del mundo? Cuando tienes "uno de esos días", escucha no a aquella voz cruel e insensible que te culpa, sino a la que te recuerda que cada día es una lucha, y solo pierde el que se rinde.
Pilar Ochoa Mendez
Un mal día, una mala semana o un mal mes
El viernes pasado fuimos a una fiesta infantil. Mientras mi hija saltaba con las nuevas amigas que acababa de hacer, el más pequeño de mis hijos, quien recién aprendió a caminar, se desplazaba torpe y deliciosamente por el jardín. A apenas unos minutos de haber llegado, los gritos de otros niños distrajeron mi atención y, tan solo un instante más tarde, mi bebé había desaparecido.
Cuando nos inundamos de adrenalina, el tiempo parece transcurrir muy lentamente. Casi pude escuchar cómo caía cada pizca en un gigantesco reloj de arena, mientras mis ojos escaneaban el jardín de fiestas con angustia. No sé en qué momento me paré y comencé a caminar de prisa entre los juegos, debajo de los juegos, entre los niños. En cosa de segundos encontré a mi pequeñín, que en la distracción de otra mami presente logró introducirse solito al cuarto de baño.
El episodio completo debe haber durado 15 segundos, que fueron más que suficientes para robar toda la paz de mi corazón. Encontrar a mi nene travieso no logró apaciguarme, marcando el principio de una tarde de angustia, pues ni por un momento logré dejar de perseguirle con mirada de ansiedad.
Cuando piensas: Por favor, que ya se acabe el mundo.
La peor madre del mundo
La cosa no acabó ahí. Casi a punto de irnos, mi niño volvió a desaparecer de mi vista. ¿Cómo pude perderlo de vista? ¿Y si se lo robaron? ¡Soy la peor madre del mundo!
Mi vida pasó frente a mis ojos. La vida de mi angelito travieso, la vida de su hermana, de mi esposo y mía dio un vuelco tremendo. Esta vez habrán sido 30 segundos, no lo sé, pero cuando lo encontré detrás de una resbaladilla (como le llamamos en México al resbaladero, o tobogán), no pude más que abrazarlo y llorar con él. Llorar y llorar.
Cualquier padre que haya experimentado el miedo de que le separen de sus hijos entenderá cómo esos pocos segundos resulten suficientes para provocar miedo de ese que hiela el corazón.
Te invito a releer: Por favor, mamá, cuida a tus hijos.
Un juez cruel e implacable
¿Te has sentido el peor padre, la peor madre del mundo? Mentiría si te digo que a tan solo unos días de aquel episodio, he logrado despojarme por completo de ese sentimiento. Pero así como existe en mi mente una voz cruel e implacable que achaca mis errores y me hace sentir la peor madre del mundo, también hay otra voz, comprensiva y amable, que me ha ayudado a sobrellevarlo.
Escucha esa voz, la que habla con amor
A la una de la mañana, sentada en el comedor, escribo las palabras que me diría esa voz pausada, que con todo cariño me consuela. Habla como si me hablara mi madre, o mi esposo. ¿Como si me hablara Dios? Lo cierto es que esta voz habla desde y para mi corazón:
-
Te veo triste, y me rompe el corazón. Te miro ahí, con el corazón roto y no puedo más que pensar:
-
Mujer, yo no te juzgo. Sé que te recriminas tus fallos, sé que te sientes fatal, y debo recordarte que nadie es tan duro contigo como tú misma. Yo no te juzgo, tus hijos no te juzgan, Dios no te juzga. Solo tú.
-
Yo no quiero una mamá perfecta, esposa, mujer perfecta, no estás llamada a ser perfecta. ¿Sabes a qué sí estás llamada? A intentarlo. A equivocarte, caer y volverlo a intentar, mil veces. Estás llamada a no rendirte jamás, ¿qué es la vida sino la continua lucha por ser mejor?
-
¿Te sientes mal? Está bien. ¿Necesitas desahogarte? Adelante. Si las lágrimas vienen, deja que vengan, deja que el agua corra y limpie lo que necesita ser limpiado, purificado.
-
¿Te sientes sola? ¡No lo estás! Sábete que no lo estás. Los problemas, tan grandes como resulten a tus ojos, no tienes porqué enfrentarlos sola. Yo estoy contigo, Dios está contigo.
Advertisement -
Yo te cuido. Yo siempre estoy mirándote, y no se mueve uno solo de tus cabellos sin mi voluntad.
No dejo de orar cada día y cada noche por la seguridad de mis hijos. Les cuido con celo y pasión, tratando de recordar que cada uno de sus cabellos están contados por Aquél que nunca se distrae, que no necesita correr entre los juegos, entre otros niños, para saber exactamente dónde está cada uno de sus hijos.
Por ello, te invito a releer: Para ti, que te sientes culpable de no ser la mamá perfecta.